El ser humano moderno lo quiere hacer todo (bien), planear todo, controlar todo – a sí mismo, su cuerpo, su mente, sus emociones, sus relaciones, así como a la sociedad, al mundo entero, a toda la vida, incluso a la muerte. Quiere dominarlo todo, todo tiene que suceder según su voluntad, sus fantasías, sus ideas o sus ideales. Aparte de que estas ideas e ideales chocan y luchan entre sí de una manera irreconciliable – ya sea en nuestro interior o bien en el mundo exterior- esto tiene una consecuencia inevitable: Se desaprovecha la vida.
La vida que uno ha “dominado” ya no es vida. En el momento en que yo la tengo bajo control, tal y como pretende la conciencia moderna con todas sus fuerzas, habría muerto.